El pasado jueves 28 de julio de 2022 se declaró una espeluznante efeméride: el Día de la Sobrecapacidad de la Tierra. Este concepto expresa que, en este día, el consumo de recursos y servicios ecosistémicos de la humanidad ya ha superado la capacidad de generación de la Tierra en todo un año. España, en concreto, alcanzó este límite el pasado 12 de mayo, adelantándose 13 días con respecto al año anterior (en 2021 se alcanzó el 25 de mayo). Es decir, que para mantener el actual sistema productivista al nivel de nuestro país, no basta con las reservas de la Tierra, sino que son necesarios los recursos de 2,8 planetas.

Por supuesto, no todos los países de la tierra consumen los recursos de forma equitativa o al mismo ritmo. Para realizar comparaciones se utiliza el concepto de huella de carbono o huella ecológica, una forma de medir el impacto que la humanidad ejerce sobre el planeta. Es la superficie ecológicamente productiva necesaria para producir los recursos consumidos por un individuo, así como la necesaria para absorber los residuos que genera. Este dato es calculado por el Global Footprint, una organización de investigación internacional que analiza y compara la demanda de recursos de gobiernos o compañías con la biocapacidad terrestre.

Como se puede ver en la siguiente figura (1), los países industrializados presentan una huella ecológica muy superior a la capacidad de carga de los ecosistemas (países en rojo), mientras que otros países con menor industrialización y muy ricos en recursos naturales, como Brasil, presentan una huella de carbono moderada, que se mantiene por debajo la biocapacidad (países en verde). La desigualdad social y económica se encuentra muy ligada a la injusticia ambiental.

Ilustración 1. Huella de carbono por países (2018). Fuente: National Footprint and Biocapacity Accounts 2022 edition (Data Year 2018).

No cabe duda de que nos encontramos en los confines de una crisis ecológica planetaria. Durante el siglo XX la población humana se cuadruplicó, al tiempo que la actividad económica se multiplicaba, en promedio, por un factor superior a cuatro, con enormes diferencias entre las regiones desarrolladas y las regiones “en vías de desarrollo”. Al mismo tiempo, el fulminante desarrollo de las tecnologías multiplicaba también los impactos sociales y ambientales, con los que ya estamos familiarizados, como el deterioro de la capa de ozono, la extinción de especies, desequilibrios climáticos, difusión de tóxicos en el medio ambiente, la desertificación…solo en la segunda mitad del siglo XX, la tierra perdió la cuarta parte del suelo fértil y un tercio de su cubierta de bosques. En las tres últimas décadas se han consumido un tercio de los recursos del planeta. La presión sobre la biosfera se traduce en una severa degradación de los servicios ecosistémicos a escala global, y el estado de muchos ecosistemas es tan frágil que la menor perturbación puede empujarlos a un colapso catastrófico, que amenaza la viabilidad de la civilización industrial como la conocemos.

A la luz de estas cifras aterradoras, resulta imperativa la necesidad de rediseñar la tecnosfera que conocemos, reconstruyendo ecológicamente la sociedad industrial. La sociedad, la política y el sistema productivo deben virar hacia un modelo ecológicamente sustentable, mediante la adaptación de los procesos productivos a las condiciones de la vulnerable biosfera, de tal modo que estos procesos lleguen a ser cíclicos y respeten la capacidad de regeneración natural de los recursos planetarios. Asimismo, la única alternativa de futuro viable a la crisis energética es la transición hacia un sistema  basado en la explotación directa o indirecta de la luz solar, fuente en última instancia de toda la energía disponible en la Tierra. El objetivo final es la construcción de una sociedad ecológicamente sustentable, basada en la biomímesis, esto es, la reinserción armoniosa de los sistemas humanos dentro de los sistemas naturales.

Cuando hablamos de desarrollo sostenible, no significa cumplir el Protocolo de Kyoto: debe ir mucho más allá, exigiendo un cambio de fondo en el modelo de producción y consumo. El desafío futuro al que hacemos frente es enorme: se trata de pasar de un mundo manifiestamente insostenible que pueblan hoy 7.000 millones de personas, a otro de 9.000 millones de habitantes que sea sostenible.

Con la tecnología actual, hoy es posible producir lo suficiente como para cubrir las necesidades básicas, y lograr un nivel razonable de bienestar para todos los habitantes del planeta, con un impacto asumible sobre el medio ambiente. La sociedad compatible con una biosfera humanizada pero ecológicamente sana, esa sociedad sustentable que podría desarrollarse a partir de la actual si conseguimos superar la crisis presente, sería más austera que las sociedades del despilfarro que ahora pueblan el Norte del planeta, pero no más pobre; sería más igualitaria, pero sin reprimir la rica diversidad de lo humano; sería más libre, puesto que habría dado pasos decisivos hacia el autocontrol racional colectivo, hacia la dirección democrática y consciente de la evolución social. Las personas integrantes de esa sociedad serían probablemente más felices.

En esta inquietante tesitura, Sfera Proyecto Ambiental concentra su fuerza de acción apoyando y facilitando el desarrollo y puesta en funcionamiento de instalaciones de energía renovable, en aras de un futuro esperanzador, energética y ambientalmente más justo. Debemos darnos prisa, porque el tiempo se agota y, parafraseando a Leonardo Dicaprio, no hay Planeta B.