Seguramente a nadie le presente mucha dificultad pensar en una especie invasora. Muy posiblemente el primer pensamiento se dirige generalmente a especies “llamativas”, generalmente del reino Animal, como las ya conocidas cotorras argentinas (Myiopsitta monachus) o la cotorra de Kramer (Psittacula krameri) que desde hace años pueblan nuestras ciudades y se hacen notar con sus particulares y, a menudo, molestos sonidos.
No obstante, existe una extensa lista de especies exóticas invasoras que se encuentran en España y que posiblemente pasen desapercibidas al ojo del ciudadano común.
En nuestro país contamos con el Catálogo Español de Especies Exóticas Invasoras, en el que se han de incluir todas aquellas especies y subespecies exóticas invasoras que constituyan, de hecho, o puedan llegar a constituir una amenaza grave para las especies autóctonas, los hábitats o los ecosistemas, la agronomía, o para los recursos económicos asociados al uso del patrimonio natural.
El citado Catálogo cuenta actualmente con 193 especies repartidas en 11 grupos taxonómicos que van desde los hongos, pasando por la flora o los crustáceos, hasta mamíferos.
La introducción de algunas las especies exóticas invasoras en territorio español es relativamente frecuente. Es el caso, por ejemplo, de Pennisetum setaceum, conocida como rabogato, una especie vegetal que, aunque se puede observar en algunas zonas de la península, está causando estragos en las Islas Canarias. Está planta que se dispersa fácilmente, puede rebrotar de raíz e incluso es muy resistente al fuego. Esto sumado a la diversidad de hábitats en los que se introduce, la convierte en una amenaza para la diversidad de las islas. De hecho, su mayor impacto es la competencia que genera con la vegetación negativa, pudiendo desplazar a otras especies como es el caso de la gramínea autóctona Hyparrhenia hirta, a la que tiende a eliminar en las zonas donde entran en competencia.

Entre el grupo de los invertebrados no artrópodos, se encuentra el gran conocido mejillón cebra (Dreissena polymorpha). Considerada una de las especies invasoras más dañinas del mundo, este bivalvo presenta una gran facilidad para translocarse de una cuenca a otra, transformando las condiciones de los hábitats en los que se encuentra y causando un fuerte impacto sobre especies autóctonas como margaritífera (Margaritifera auricularia), una almeja de río de gran tamaño en grave peligro de extinción.
Se cree que su introducción se produce mediante las aguas de lastre o adherido al casco de los barcos. Entre sus impactos a los hábitats, destaca la modificación de las poblaciones de fitoplancton (aclara el agua, lo que altera las condiciones ambientales de los ecosistemas acuáticos) y el incremento de deposición de materia orgánico en el fondo, favoreciendo el crecimiento de algas y bacterias nocivas. Por si fuera poco, también afecta a las infraestructuras creadas por el hombre, como motores, turbinas, depósitos, embarcaciones… y tapona las conducciones.
A fin de controlar de este molusco invasor, son muchas las comunidades autónomas que cuentan con normativa específica para controlar sus poblaciones. Sin embargo, su control presenta muchas dificultades, entre ellas económicas, contabilizando fracasos en países tanto de Europa como Norte América.
Respecto a los mamíferos, algunas especies invasoras son bien conocidas como el Visón americano o la mangosta. Sin embargo, en la lista se encuentran 16 especies exóticas invasoras, entre las que se encuentra una especie quizá poco conocida como es el Arruí (Ammotragus lervia). Se trata de una especie que parece encontrarse en la misma línea evolutiva de los géneros Capra y Ovis. Su apariencia se asemeja a una cabra robusta con faz alargada y las extremidades relativamente cortas y macizas y una cola relativamente larga.
Se introdujo en 1970 con fines cinegéticos en el Parque Natural de Sierra Espuña (Murcia) desde donde se ha expandido hacia Alicante, Almería, Granada, Jaén y Murcia.
El Arruí se alimenta de plantas herbáceas tapizantes, por lo que puede ocasionar fenómenos erosivos y alterar la disponibilidad del alimento para otros herbívoros, como podrá ser el caso de la carba montés.

A pesar de la urgente necesidad de control de las especies invasoras, el fuerte peso económico así como la dificultad de erradicar estas especies sin afectar a otras autóctonas, son dos de las razonas que más dificulta esta labor.
Indudablemente la globalización y la facilidad de desplazamientos entre los diferentes continentes han impulsado el avance de la sociedad. Sin embargo, nos invita a reflexionar, pues como vemos no está libre de consecuencias, siendo también causante de la alteración de los ecosistemas, al implicar la introducción accidental (o no tanto, en el caso del comercio de especies exóticas) de especies que se adaptan increíblemente bien en nuestros ecosistemas y dañando su frágil equilibrio.
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